11/9/08

Cirugía mística

Un grupo de médicos juega a ser dios, con minúscula. Y uno de ellos lo logra. El cardiovascular, el neurólogo, el ginecólogo, una uróloga y un cirujano plástico se reunen en secreto en una sala de operaciones improvisada situada en el sótano de una mercería. Tienen en común el objeto de búsqueda, todos buscan a Dios, con mayúsculas, y quieren encontrarlo a través de la disección.

Dolly, la dueña de la mercería, será el pimer objeto de estudio, la primera víctima, con la que operan siguendo los pasos de Carl el neurólogo, que con la ayuda de Betsy Goldfinger, la uróloga despiadada con aspecto de mujer dulce y entrañable, logran que la anciana traspase la puerta secreta que da a la siniestra sala de operaciones. Una vez maniatada y carente de sentido, y con la señora inmovilizada sobre la mesa de operaciones, escuchamos el delirante discurso de Carl. Cuando el músculo realmente importante, que en esencia somos (dice), queda desprovisto de la torpeza del cuerpo, es posible oir, llegar al final del laberinto del mismo oído y escuchar la voz del innombrable, oirle decir por primera vez su propio nombre. Y cuando se pronuncia con toda su sonoridad sensorial, se depliega una red de ondas que vislumbran el mundo tal y como es. Entonces el resto de los sentidos, y de los sinsentidos que empujan al nihilismo, son prescindibles. Los demás especialistas acudieron escépticos a sus bisturies... Aquí la escena que recrea el autor es realmente tétrica, se detiene demasiado en la descripción de lo visceral, de lo sangriento, de la operación. Aunque el resultado es lo más siniestro de todo ello. Una conciencia amplificada les acompañará durante todo el relato, fluyendo por la sala desde una cubeta en la que se encuentra el cerebro de la señora Dolly.
Después de este fracaso, y como es predecible, Kurt, el especialista cardiovascular hace su intervención con otro discurso, eso sí, que proviene del mismo corazón. Osea, que demuestra una insoportable cursilería por la cual si Dios es amor, debe encontrarse en el corazón o a través de él. Kurt, impulsivo, se ofrece como conejillo de indias. Con todo su cuerpo, y a corte limpio de bisturí, elaboran un corazón que puede ver, oir, pensar. Siendo el resultado igual de monstruoso. Una bestia, una especie de coliflor gigante morada que mira con horror y que interrumpe la cháchara del cerebro-dolly con el contínuo bombeo, y que constantemente amezaza con reventar.

Llegado este punto, nos encontramos con tres hombres de batas blancas bañados en sangre que se miran con desconcierto. Ya no saben qué hacer. El ginecólogo corre en círculos por la habitación pidiendo a la providencia que le deje volver a la matriz. El cirujano plástico se evade de las circunsancias del momento, que le sacuden con la crueldad del horror de lo inevitable, buscando con un empeño febril, la manera de hacer que el corazón-kurt, tenga aspecto de persona de nuevo, y cuando se queda en blanco, el retumbar del bombeo le devuleve a ese horrible presente. Betsy Goldfinger, la uróloga permanece impasible.

La mujer de aspecto dulce y adorable, no es una mujer fatal típica de la novela negra. Es mucho peor. Ella estaba allí asintiendo y alabando los planes de sus colegas, muerta de risa por dentro, asechando, con ganas de ver sangre, de ver cómo se iban frustrando los planes de sus colegas, consciente desde un principio que ninguno podía salir bien. Fuera de sí como están los otros cuatro, ella pronuncia su propio discurso (como el de casi todos los malvados de las grandes películas) ante la derrota de sus colegas. Por supuesto, en él insulta a sus colegas y muestra su propia propuesta de la cuestión inicial, cito textualmente: "Imbéciles, no es necesario morir de veras, ni usar el bisturí, para desvanecerse y encontrarse con dios" (dicho ésto, incuba una risa que estalla a la manera del Drácula de Coppola en la escena más repetida de la película). Luego se dedica a contonearse burlándose de la debilidad de sus colegas. Y depués de asesinarlos, pronuncia un tanto desquiciada, "¡Dios soy yo!", con muchas más exclamaciones y aspavientos de lo pueda describir como lectora, tras lo cual, el cebro-dolly emite un chillido bestial que provoca que finalmente el corazón-kurt explote. La última imágen es la del grito de guerra de la doctora con el que se proclama la única divinidad. Le acompaña el sonido estridente y los pedazos del corazón deslizándose por su cuerpo y por los cuerpos de sus colegas. Esos pedazos se deslizan además por las agrietadas paredes que parecen cicatrices.

Esta gran novela de serie más allá de la zeta, me recuerda a los relatos de Poppy Z. Brite, por la crueldad del personaje que al final resulta ser el principal y que no tiene demasiada presencia durante el relato. Aunque pueda parecer una burda representación de la lucha de sexos, su discurso final puede resultar incluso convincente. Sino llega a ser porque mata a sus compañeros, y por sus gestos histéricos, podría ser un gran personaje de la literatura, un gran villano de cómic o algo por el estilo. En definitiva, vale la pena llegar hasta el final de las largas disertaciones, que abarcan muchos campos, para conocer a esta villana.

Brooke X. Harrison nació en Londres en el año 1948. Escribió una decena de novelas que se utilizaron para la adaptación de películas que se han perdido en su anonimato. La única obra que es considerada como tal, es esta, su Cirujía mística. En la etapa final de su vida, se marchó al Tibet y nunca se tuvo noticia de su regreso o paradero.

1 comentario:

Samuel dijo...

Impresionante comentario. Yo pude leer esta fantástica novela hace ya mucho tiempo y casi la había olvidado. El ejemplar que conseguí de la biblioteca pública estaba totalmente manoseado y roto, pero mereció muchísimo la pena leerse aquel mamotreto.

La búsqueda de dios, con mayúscula o minúscula, siempre ha sido una de las obsesiones de la humanidad. Y por tanto una de las obsesiones de la literatura.

A resaltar el personaje-fatal de villana de la extraña y terrible Dolly. Yo me sentí absolutamente fascinado por ella.

Un saludo.