21/6/08

Destino planetario

Destino planetario, de Hugh Sellers, es uno de los ejemplos más importantes dentro de la serie b underground. Repleto de guiños al cine gore y al cómic erótico, en Destino planetario, podemos ver, gracias a la poderosísima capacidad del increible Hugh de recrear su particular mundo interior de manera totalmente visual, el final de la humanidad expandido-literalmente-por toda la galaxia. Millones de cuerpos desmembrados gravitan inrremisiblemente después de haberse entregado al orgasmo compulsivo. Si, tal como suena.

Con un genial planteamiento inicial, Sellers nos obliga a cuestionar los valores morales más arraigados en la cultura occidental, de la manera más liviana posible, esto es, desde un sentido de lo absurdo, en ocasiones lleno de humor, y en otras lleno de sarcasmo y mala leche. Esta idea inicial, no es otra que la de la reproducción de la humanidad ligada al sentido de lo divino, a la fe y a Dios. En la diócesis de Roma, se infiltra un terrorista radical antipapa, que logra introducir en la pila del agua bendita y en la ostia, un potente alucinógeno con efectos afrodisíacos. El resultado no es otro, que una inicial orgía entre los feligreses y curas, sacerdotes, monjas... y el comienzo de un nuevo credo que proclama el orígen milagroso de este suceso, y su consecuente propagación, dentro de la comunidad católica, y que poco a poco irá alcanzando a todos los sectores de la profesión. De manera que a raíz de este incidente, el destino de la humanidad no es solo el de procrear, sino el de alcanzar con ello las iluminaciones místicas ligadas al Milagro de Roma.

Las grandes ciudades quedan anuladas, privadas de toda reacción ante este nuevo enfoque religioso que atrapa a la mayoría de la población. Además, las grandes empresas, publicistas y políticos, que se mantienen como observadores, se percatan de que es este el mejor estado para dominar a la población, para manejarla a su antojo, para idiotizarla y conseguir así con ello sus objetivos. Comienza entonces la lucha. En medio de este insólito desorden, surgen grupos que se oponen, precisamente los más abiertos, los que antes denunciasen la represión por parte de la iglesia o los que siempre habían sido indiferentes a cualquier tema de índole religiosa. Se organizan para acabar con esta nueva fiebre, intentan luchar contra la tiranía de los gobernantes que manipulan gracias a su calculada sobriedad. Esta lucha, finalmente se torna particularmente violenta, como reacción a la respuesta que dan estos gobiernos, que intentan aniquilar a todo el que no esté entregado al coito inconsciente, que espía y persigue a estos célibes circunstanciales, y aplica torturas. Descrito con todo lujo de detalles, especialmente este tramo de la narración en que comienza la violencia, vemos a Amish fornicando con vibradores, y en la vena más violenta, a los grupos minoritarios defendiéndose de los lascivos y de la policía a sablazo limpio, de manera que los papeles y los roles de la sociedad actual quedan invertidos. Finalmente se introduce la vertiente de la ciencia ficción, cuando unos extratreterrestes que viajan de paso por la tierra, se percatan de la situación de vulnerablilidad ésta, y deciden destruir a la humanidad de la manera más absurda, e inteligente que cabe dada la circunstancia: dotar al orgasmo del poder, primero de la implosión, y luego de la explosión. Los extraterrestes propagan esta crisis con el fin de dominar la galaxia con el poder del dogma religioso, el de sus poderes sensoriales, y el de la droga. En definitiva, mucha sangre, alienígenas cínicos, guerrilla urbana rodeada de extrañísimas escenas, y sobretodo humor negro.

Huhg Sellers nació en Baltimore a mediados de los cincuenta. Estudió Química, pero como consecuencia de un accidente en un experimento, perdió el sentido olfativo y esto le llevaría a apartarse de este camino que iniciase de manera académica para toda su vida. Muchos comentan, aunque todavía no se ha probado, ni pasa del rumor, que ese mismo incedente también le provocó lesiones cerebrales, que le llevarían a crear a personajes como el célebre Doctor Yellow, y que no solo le acompañaba en la ficción. Finalmente acabó sus días en una oficina de correos, dónde fue hallado muerto por la intoxicación de un veneno que el mimso aplicase en el pegamento de los sobres, y que sus más acérrimos fans coinciden en considerar como suicidio. Hay otra fracción de entre sus seguidores y biógrafos que coindicen en afirmar que por su carácter introvertido, huidizo y extravagante, fue víctima de abusones de la peor calaña durante toda su vida, por lo que creen que esta trampa iba dirigida más bien a estos últimos. Yo personalmente me sumo a esta segunda vertiente, ya que por su personalidad, es más probable que se tratase de un despiste.

8/6/08

La tormenta que trajo siete cabezas

Rina Lapid destacó como nadie en el arte de aterrorizar. Primero, a sus veinte años, publicando varios relatos cortos en una pequeña revista universitaria de Tel Aviv, explorando en ellos el sentir atávico y sacrílego de una serie de niños deshumanizados. Muchos aborrecieron aquella despiadada y maligna incursión en la psicopatía infantil, pues aquellos textos estaban ya plagados de descripciones explícitas de tortura y de lóbregas instrucciones de la más Obscura arte. Pero otros quedaron ya impresionados y rendidos por aquella apabullante personalidad de brillo opaco. Aquello sólo sería el principio de una corta pero fructífera carrera literaria. Su primera novela "El agujero de la Gólgota", publicada en 1983, recrea una historia ficticia ubicada en Jerusalén días después de la crucifixión de Jesús. Gólgata (Calavera) es el monte donde supuestamente clavaron la cruz. Lapid levanta en ésta narración una trama sórdida y cruenta, contando la terrible historia del soldado romano que cavó aquel agujero y de la humillante maldición que desde entonces llevaría consigo. Esta novela ganaría el prestigioso premio de la Shalom J. Memorial en 1984.

Su segunda novela (y última), seguramente la más conocida, fué La tormenta que trajo siete cabezas (1988). Rina Lapid impregnó ésta novela de toda esa lírica bíblica, mística y milenaria de su Israel natal, confluyéndola en una atmósfera absolutamente malsana. Todo el que haya leído ésta enorme epopeya (la edición hebrea consta de mil doscientas cinco páginas) no podrá olvidarla jamás. El clima, que desde el primer capítulo se torna ya vidrioso, dibuja la oscura vida de un pequeño pueblo perdido entre las montañas cuya vida cambia para siempre a partir de la llegada de una gigantesca tormenta. Es dificil describir con exactitud las emociones removidas en este texto diabólico (el título de la obra hace refencia a un pasaje del Apocalipsis). Lapid, sin concesión alguna, hace gala de una prosa áspera y dificil, un auténtico muro para cualquier lector aventurado, pero cuya escalada depara impresionantes cuadros simbólicos e imágenes de una belleza auténtica y desmesurada. Todo aquí es excesivo: Los personajes parecen una encarnación sucinta de lo humano y los siete pecados capitales de El Bosco, el pueblo representado parece degradarse cada capítulo, evolucionando poco a poco hacia la metamorfosis decadente e infernal; las siete cabezas o las siete copas o las siete plagas postreras que trae consigo la tormenta, hunden la narración en una noche tétrica donde se vive una auténtica redención y muerte de lo humano. Los simbólico trae consigo una lectura aún más terrible, donde la extinción del término "Hombre" es plausible: La raza humana ha sido un juego en manos del Destino, donde las tres Des (Dios, Diablo y Destino) convergen en un sólo y único significado, que nos castiga ahora unánime por nuestra larga lista de errores.

La novela fué tildada en su momento por numerosos críticos de "aberración literaria" y como "colección de percepciones insanas", llegando a ser prohibida su publicación en numerosos países de religión musulmana. Sin embargo, en occidente, es una rara obra de culto para los aficionados al género del terror.

La autora, de la que apenas se tienen notas biográficas, no ha vuelto a escribir ningún texto. De hecho se reseña en numerosas fuentes que terminó tan exhausta (intentaría el suicidio hasta en tres ocasiones) la consecución de La tormenta que trajo siete cabezas, que dió por acabada su carrera literaria, jurando que nunca más volverá a escribir.