1/12/08

El espejo de hielo

Redon Glasston se desintegra por momentos. Siente a cada paso el sonido de la uña que recorre el vaso de cristal dejando el surco de un camino que nadie quisiera recorrer. Él sabe que está en ese mismo camino. La uña le marca el recorrido y la pistas a seguir son los pedazos diminutos de cristal que se le incrustan en el gesto, torcido en un gemido prolongado de dolor.

Así comienza el relato, El espejo de hielo, en que el protagonista mira a su alrededor, y ve únicamente hielo y cristal. A medida que vamos teniendo información sobre el personaje, se va transformando en personas, en calles, en su ciudad, que se rompen de nuevo en pedazos, cuando su percepción del momento se quiebra, y lo que le rodea se convierte en ese espejo en que logra verse solo mientras se hace pedazos de nuevo. Después está solo y angustiado, como en uno de los mejores momentos de Entre fantasmas, con ese misma expresión de desamparo de la protagonista, por saber que existe un mundo a su alrededor del que sólo ellos, seres sensibles donde los haya, son capaces de percibir.

En uno de los momentos de desintegración, aparece la figura de una chica misteriosa y esbelta, con vestimenta futurista y pelo de metal, que en ocasiones hace pensar en la malvada medusa, que no se deshace con el resto del mundo. Él la busca, pero ella se esconde, se pierde entre los espejos de hielo como lo hiciera Bowie en Dentro del Laberinto. Hay algo malvado, maléfico en el ambiente que hace pensar que la chica es alguna clase de trampa. La muerte quizás. Entonces el protagonista, al decubrir a este ser, olvida la búsqueda del sentido de la fragmentación, para intentar encontrarla a ella. La busca en lo real, y mientras la busca no se deshace porque la necesita sólida (a la realidad) para poder rastrear sus huellas. Durante esta búsqueda, conocemos los matices de vitalidad, de persona que quiere serlo con todo lo que conlleva en el carácter del personaje. Comenzamos a oir su voz, a saber cómo suena y cómo siente, más allá de los sentimientos ya dados de tristeza y resignación. El mundo que le rodea, lo que llama lo real, adquiere la vitalidad que no tenía en un principio. En la búsqueda del detalle los objetos renacen porque supone una indagación, un interés que si bien está empujado por la necesidad (para él ella es la única salvación posible) le lleva a la curiosidad más sincera.

En un acceso de pesimismo, cae en la cuenta de que nunca vio a esta mujer cuando el mundo era sólido. Siempre, mientras se desvanecía. Lleno de horror, cree comprender que ella es lo único que no existe. Lo que le lleva al derrumbamiento final: tiene frío, le cuesta deslizarse por el suelo helado. Pero esta vez el mundo se vuelve de nuevo unitario, ya una vez por siempre, para Redon, cuando se encuentra metido en una cámara criogénica en la que había permanecido durante veinte años por su propia voluntad, con el fin de escapar a la prueba de acceso al doctorado de sus estudios universitarios, que habría tenido lugar ante de un jurado académico. Una chica con una bata de aluninio, que le cubre el pelo, es la primera persona del año 3.025 con la que se encuentra.

Brian Lemacks fue un escritor del siglo pasado que se interesó por todos los campos de la literatura, en especial en la poesía y la ciencia-ficción. Simpre quiso ser como Bradbury, pero nunca llego a conseguir algo ni tan siquiera similar a Crónicas marcianas. Este presente libro, Cuentos del hielo reúne sus primeros relatos, de los que destaca éste que comento. Otros que figuran en este mismo volúmen de la colección Nebulae Ciencia Ficción de Edhasa, son El albino centelleante, o La antropofagia del Robot Primero (este último es especialmente escalofriante). Con todo, merece la pena leerle por su especeial sensibilidad a la hora de describir la percepción de los personajes y por los pasajes poéticos que llenan de belleza su narración.